jueves

Parménides y la teoría de la relatividad: la negación del tiempo


Nos proponemos ahora interpretar el poema de Parménides desde una perspectiva anacrónica, en la que el texto se “ilumina”, si lo podemos llamar así, con los conocimientos que tenemos hoy en día, en especial los provenientes del campo de la física. Procuraremos mostrar cómo la inmutabilidad y unicidad del ser conlleva la consideración de que la auténtica realidad está fuera de todo tiempo y de todo espacio. Así mismo, intentaremos explicar cómo se hace coherente y compatible esa visión a-espacial y a-temporal que resulta de la mirada de la Diosa, con la perspectiva de los que vivimos la realidad cotidiana, es decir, los que tenemos la visión limitada por el reducido rango de la memoria temporal, por la direccionalidad del tiempo y por los límites de nuestro espacio abarcable. A nuestro juicio, esto es a lo que propiamente se refiere la dualidad Verdad-Apariencia que aparece en el texto de Parménides y ello explica por qué la Apariencia no es mentira, no es falsedad, sino la ilusión que produce en la conciencia de los hombres la auténtica realidad.

Pero antes de entrar de lleno en el poema de Parménides vamos a examinar brevemente aquellos aspectos de la física actual que nos pueden ayudar a entender mejor este texto. Hace años ya que hemos tomado conciencia de que una realidad mucho más profunda y misteriosa se esconde tras la apariencia que nos ofrece nuestro trato cotidiano con el mundo. La física desde comienzos del siglo XX ha destruido la cómoda placidez en la que vivíamos. Podríamos decir que la realidad externa se resumía en partículas mecánicas que seguían las leyes de Newton y fuerzas electromagnéticas que obedecían las ecuaciones de Maxwell. Estas últimas explicaban tanto las conexiones entre sí de las partículas que formaban los cuerpos físicos, como la luz con la que los veíamos. Toda esa tranquilidad se rompe con la llegada del siglo XX. La física desde entonces nos ha llevado por un camino en el que resulta difícil saber qué es lo que entendemos, ni qué es lo que puede aceptar nuestra razón, ya no digamos nuestros sentidos, en definitiva, un camino donde la pregunta ¿qué es la realidad? no tiene por el momento, ni parece que la vaya a tener en un futuro próximo, una respuesta clara.

En este panorama la física cuántica es, ciertamente, la que más ha demolido nuestra confianza en la posibilidad de aunar la experiencia cotidiana con los resultados de la investigación. Pero ahora son los planteamientos de la teoría de la relatividad los que nos interesan, dado que el objetivo de esta entrada es interpretar el texto de Parménides teniendo presente, si se nos permite el anacronismo, la negación de la existencia de un espacio y de un tiempo absolutos, tal como se desprende de la formulación por Einstein en 1905 de la teoría de la relatividad restringida y en 1915 de la teoría de la relatividad generalizada.

Que el espacio no sea absoluto, sino que dependa de la velocidad, no nos inquieta demasiado. Que una nave que viajara por el espacio a velocidades próximas a la de la luz y que en la Tierra, antes de partir, hubiera medido 50 metros de largo, midiera ahora, desde nuestro mismo sistema de observación en la Tierra, 30 metros, no es para nosotros motivo de seria preocupación (aunque debería serlo). Otra cosa muy distinta es el tiempo. Con el espacio tenemos un cierto margen de libertad, pues podemos desplazarnos en cualquiera de las tres direcciones con mayor o menor facilidad. Pero el tiempo es para nosotros diferente. Es una fuerza que nos domina. El tiempo pasa inexorablemente y no podemos, si no es con la memoria en el recuerdo o con los planes en las futuras decisiones de la voluntad, realizar ninguna acción que escape a este vendaval extraño que nos arrastra. Así, el reconocimiento y demostración de que el tiempo no es un absoluto, de que el tiempo depende del movimiento, afecta directamente a la raíz de nuestra existencia. El hecho teórico de que alguien de nuestra misma edad, pongamos por caso 30 años, que hiciera un largo viaje por el espacio a una velocidad cercana a la de la luz, volviera al cabo de 10 años nuestros con una edad de 35 años, mientras que nosotros, claro está, tuviéramos ya 40, nos crea una perplejidad considerable. Este compañero habría viajado a nuestro futuro, luego el futuro estaba ya ahí.

El hecho de que el tiempo no sea un absoluto, sino que se adelante o se retrase, que la noción de simultaneidad absoluta carezca de sentido, no es una ficción de película, es una realidad que podemos constatar a cada momento. Lo observamos en las partículas que estudiamos en los aceleradores. Por ejemplo, un muón que viaje a una velocidad próxima a la de la luz tiene una vida mucho más larga que un muón inmóvil, es decir, tarda mucho más tiempo en desintegrarse. Así mismo, los sistemas de posicionamiento global, los GPS que forman parte de nuestra vida diaria, necesitan contar tanto con el atraso relativista que se produce en los relojes situados en los satélites (debido a su velocidad en relación a la Tierra), como con el atraso de los relojes en la Tierra por efecto de la gravedad, pues, aunque ambos atrasos trabajen en sentido opuesto, no se compensan. De la misma manera, cualquier viajero que sube a un avión regresa más joven que otro que se ha quedado en tierra, aunque sean unas cuantas milmillonésimas de segundo.

Eliminar el carácter absoluto del pasado, del presente y del futuro supone privar al tiempo de su poder aniquilador. El tiempo ya no parece ser ese absoluto que nos domina, como mucho, puede ser una dimensión más que, igual que las tres dimensiones propiamente espaciales, depende del movimiento y de la gravedad. Aun es más, suprimir la noción de simultaneidad absoluta significa, como Gödel demostró, negar la existencia del tiempo. Así, la vivencia del tiempo queda relegada a nuestra propia constitución del “yo”: el tiempo no es sino una ilusión de nuestra consciencia.

Hace ya más de 2.500 años Parménides negó, con la sola ayuda de la razón, los atributos más esenciales de nuestra experiencia cotidiana: el cambio y la multiplicidad. Y los negó diciendo que la realidad auténtica, la que se esconde detrás de este aparente cambio incesante, es inmutable, proponiéndonos una forma alternativa de concebir la realidad. La realidad no cambia, lo que es no puede dejar de ser y de lo que no es no puede surgir nunca nada nuevo. La realidad auténtica es, pues, inmutable. Así mismo, la realidad no es un conjunto de cosas dispersas, de múltiples entes; la realidad es una sola, única, homogénea, siempre igual a sí misma.

Así pues, la realidad en la que piensa Parménides reúne la totalidad de acontecimientos de la historia del universo, todos ellos actuales y presentes. Parménides imagina un universo ya cerrado, hecho todo a la vez, sin tiempo y sin espacio, un universo donde no hay multiplicidad, donde no hay ni muchos ni pocos entes, sino sólo uno: la realidad entera. Esta realidad no es otra realidad diferente de la que nosotros experimentamos, no se trata de dos mundos distintos, sino de la misma realidad, pero vista desde dos perspectivas distintas: la visión exterior, la del “fuera de”, la exterioridad radical, la que se ve desde la morada de la Diosa; la visión del “dentro de”, la del que vive inmerso en el interior de la realidad y que, en cuanto tal, sólo percibe el entorno próximo que le lleva a crear la ilusión del tiempo y del espacio, la visión de los mortales.

Esa imagen de Parménides nos recuerda el inicio de la Teogonía de Hesíodo, donde las Musas cantan a la vez los acontecimientos pasados, presentes y futuros. Desde este punto de vista todo es “un ahora presente”, un todo a la vez. Tan presente y actual es la lucha de los Titanes, como la guerra de Troya o la posterior batalla de las Termópilas. La tarea de Parménides es transformar esta intuición de carácter mítico en un discurso racional sólido, mostrando, por medio de la razón, la imposibilidad de que lo que es deje de ser y anulando así el poder destructor del tiempo. Para ello nos propone salirnos fuera, a la pura exterioridad, y contemplar lo que se ve desde allí. El poema toma la forma inicial de una revelación y luego pasa a una justificación detenida y puramente racional del contenido de esta revelación.

No hay comentarios: