jueves

El viaje iniciático del joven Parménides



Parménides se presenta a sí mismo al comienzo del poema siendo conducido, en un carro tirado por dos yeguas y dirigido por unas muchachas a las que llama hijas del Sol, a presencia de una diosa anónima, quien le revelará cómo es en verdad la auténtica realidad, cómo se sustentan los pareceres de los mortales y también que estos últimos tenían que ser dignos de crédito, incluyendo la realidad entera.

El poeta es llevado “tan lejos como el ánimo puede alcanzar” (fr. 1, 1). El término que utiliza es θυμός (thymόs), que en principio podríamos haber traducido por “deseo”. Pero en nuestra opinión, el concepto en el que piensa Parménides es más bien el de “ánimo”, usando un lenguaje que proviene directamente de Homero: el ánimo con el que los guerreros homéricos enfrentan el combate. De este modo, el sentido de la expresión sería que las yeguas le llevaban hasta donde el ánimo humano es capaz de llegar, pues, como va a decir enseguida, le van a conducir más allá de nuestro universo físico. Esta actitud animosa del joven filósofo, capaz de ir más allá de los confines de nuestro mundo para llegar a la morada de la Diosa, contrasta con la actitud habitual de los hombres que viven la ilusión de la cotidianidad, de quienes dice en el fragmento 6 que “la impotencia en sus pechos rige una mente errante” (fr 6, 5-6). Esta impotencia, esa falta de coraje, es opuesta al ánimo audaz con el que joven Parménides encara su viaje iniciático hacia el conocimiento verdadero.

El carro del que tiran las elocuentes yeguas, las que, literalmente “ponen de manifiesto muchas cosas”, está dirigido por las muchachas hijas del Sol, hijas de la luz, y le llevaba al camino rico en decires de la Diosa. De este camino nos dice Parménides que atraviesa todas las ciudades (quizá como una metáfora del conocimiento humano cotidiano) y que lleva al hombre que sabe, literalmente al “hombre que ha visto”. Del camino dice también que proviene de las moradas de la Noche y se dirige a la luz, contraponiendo oscuridad e ignorancia frente a luz y conocimiento, idea que se ve reforzada por la metáfora de las muchachas retirando de sus cabezas los velos que las cubrían (desvelamiento y verdad tienen muchas similitudes en griego, ἀλήθεια (alḗtheia), “verdad”, es “no al olvido”, “desvelamiento”).

El viaje es realizado en un carro de dos ruedas, tal como eran los carros de combate de la época, y todo el pasaje (fr. 1.6 -10) parece hablarnos de una velocidad considerable y en aumento. Éste es el sentido de que el eje en los bujes esté ardiente (los bujes son las piezas donde encajan y giran los ejes), dando a entender que el rozamiento los hace brillar por el calor. Así mismo, la gran velocidad que va en aumento también parece ser la razón de que emitan un sonido de siringa. La siringa es un instrumento pastoril, habitual todavía entre nosotros, formado por un conjunto de tubos afinados a distintas notas, de modo que, si soplamos y deslizamos el instrumento por la boca en la dirección de los tubos más cortos, obtendremos una sucesión de sonidos cada vez más agudos. Así el eje del carro, al ir acelerándose, emitiría progresivamente un sonido cada vez más agudo.

Ya en el verso 11 de este fragmento 1 topamos con un alto en el camino, pues los viajeros llegan a las puertas de la Noche y del Día donde han de parar hasta que les sean abiertas. La descripción de las puertas transmite la sensación de una gran consistencia: un dintel y un umbral de piedra las sujetan por arriba y por abajo; están cerradas por grandes hojas con un cerrojo bien seguro; los ejes, que habitualmente eran de madera, están protegidos por una envoltura de bronce que garantiza su duración y resistencia; y lo más importante, es la Justicia la que tiene sus llaves. Son puertas, que, salvo esta excepción, se abren sólo para que pasen el Día y la Noche, como se desprende de lo que se dice un poco más adelante (fr. 1, 15-17) acerca de que las hijas del sol persuadieron a la Justicia para que abriera“para ellas” las puertas enseguida.

El texto utiliza el calificativo “etéreas” para referirse a estas puertas. Pero este adjetivo no puede aplicarse al material de que están hechas, pues sería contradictorio con el resto de la descripción; hay que entender que son etéreas porque están situadas en el éter. El éter en esta época todavía no es el quinto elemento que completa los cuatros elementos básicos, tierra, agua, aire y fuego. El éter es la parte superior del aire, el aire que está por encima de todo. Así, una traducción más libre podría haber sido “situadas en el éter”.

Respecto a la localización de estas puertas tenemos varios indicios: primero el que acabamos de mencionar de que están en el éter, es decir, en la región superior y última del cosmos físico, aquella de la que proviene la luz; segundo, el hecho de que al desplegarse sus hojas (una primero y la otra después, pues sería difícil que unas puertas firmemente cerradas estuvieran diseñadas para poder abrirse a la vez) surja una “abismal abertura”, lo que recuerda, aunque sea de lejos, la frase con la que empieza Hesíodo la genealogía de los dioses en su Teogonía (línea 116): “lo primero de todo surgió la abertura” (ἧ τοι μὲν πρώτιστα Χάος γένετο, hẽ toi mèn prṓtista Cháos géneto); y el más importante de todos, que se trata de las puertas de la Noche y el Día.

Vemos en la presencia de estas puertas de la Noche y el Día una referencia clara al tiempo. Noche y Día son los reguladores temporales por excelencia. Las llaves de sus puertas que posee la Justicia, son “las llaves de la alternancia”, en el sentido de que cuando el Día llega a estas puertas sustituye a la Noche que regresa y viceversa. Este es el sentido homérico del término ἀμοιβός (amoibós), “el que sustituye a otro”, como cuando unas tropas relevan a otras. Esta alternancia del Día y la Noche es la que ordena los tiempos fundamentales en la vida de los hombres. Si al otro lado de estas puertas se abre el abismo donde está la morada de la Diosa, allá donde no hay tiempo ni espacio, más acá de ellas, está la morada de los mortales, cuya existencia está regida por el tiempo.

Así pues, todo ello nos da a entender que estas puertas se abren a la exterioridad de nuestro universo. El poeta va a ser conducido por allí al “fuera de todo”, a la “pura exterioridad”, cuando la Justicia les abra las puertas y las muchachas, las hijas del Sol, prosigan a través de ellas por la calzada, el camino ancho por donde circula el carro. El poeta, al atravesar estas puertas, pasa también más allá del tiempo, de tal manera que desde la morada de la Diosa, pueda tener una visión completa de la realidad, total y unitaria.

Una vez llegado a su morada, el poeta es recibido con la mejor de las disposiciones por la Diosa, que le felicita por haber seguido este camino, a la vez que le recuerda que está al margen del sendero que siguen habitualmente los hombres. Ahora bien, también le dice que no ha sido un mal destino lo que le ha impulsado a seguir ese camino, sino que han sido Temis (la diosa que personifica la ley natural, lo que se debe hacer) y la Justicia quienes le han enviado hacia su presencia. Y aquí, con la revelación fundamental de la Diosa en la que le anuncia aquello de lo que se tiene que persuadir, aquello que tiene que ver y entender, termina el proemio.


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